La soledad no conoce
de cuchillas y se mesa
la barba que sostiene
su mantel y su plato.
A veces las moscas,
los vecinos, los muertos,
revolotean ociosos
y le hacen compañía.
Al principio su cara
resplandeciente y límpida,
es joven y apuesta
nunca pierde el lustre,
rodeada de vidas
es como un fantasma,
nadie siente su tacto
ni sabe que existe.
Luego el pelo va creciendo
y con él la piel,
y al final de la cosecha
se aparece el surco,
y tras él los brazos,
el pecho, los pies,
y la panza oronda
de tragarse el tiempo.
Solamente al revolcarse
en las despedidas,
los cuerpos efímeros,
las noches ciegas,
va sintiéndose sola
en su introspección,
y al limpiarse el cieno
al volver a empezar,
va clareando la barba
de tanto saberse.
La soledad eminente
engulle su sopa.
Manchan su camisa
las gotas que caen
por su recuerdo.
Todos terminaremos
viviendo en su calle,
y ninguno osará
pagarle una visita,
porque sabios como somos
y nunca seremos,
circularemos igual
que cuando nacimos:
increíbles y torpes,
fascinantes y humanos,
caminando a trompicones,
eminentemente solos.
que buen escrito como hace tiempo no leia uno... me gusto muchoo ,, te sigoo ,, echate una pasadita por mi blog soy nueva en blogger y depaso me sigues jeje
ResponderEliminarhttp://dramadeunadolscente.blogspot.com/
saludos..