miércoles, 10 de octubre de 2012

(Lunática)



Caminaba descalzo. 

Las juntas de las baldosas le servían de valle; el agua de las brigadas de limpieza las recorrían como meandros que hubieran olvidado su albedrío, reordenándose en perfecta armonía geométrica. Ese río en miniatura lamía sus pies, aliviando su avance desnudo y determinado. 

La calle adelante, iluminada apenas, hacia la playa. 

Al llegar al paseo le acompañaban las últimas voces de los rezagados, conversaciones apenas intuidas, murmullos cómplices, los ecos de la ciudad marítima en retirada. 

Siempre vacilaba un poco ante la pasarela. Por un momento su ánimo retrocedía, lastrado por el asfalto a sus espaldas parecía balancearse levemente, dubitativo, su cuerpo terrestre cuestionando el sentido de ese recorrido ritual, de esa peregrinación tan repetida como inútil. Tan loca. Tan necesaria. Hasta que el sonido de una ola rompiendo le sacaba de su ensoñación y la primera tabla saludaba a su pie izquierdo y al derecho la segunda tabla y otra y otra desfilaban raudas bajo sus pies hasta la arena. 

La arena…Sobre ella era consciente del peso de todo su ser, y al tiempo le invadía una suave sensación ingrávida. Partículas minúsculas comparadas con él envolvían sus dedos amoldándose a su contorno. Y de nuevo le costaba otra vez avanzar, seducido por ese frescor superficial, en contraste con la noche de agosto, turbulenta y opresiva. 

Pero al alzar la vista alcanzaba un rayo tenue de luz sus pupilas. Y abandonando los zapatos de arena retomaba algo más lento su avance entre las ondas de tierra, hasta el lugar frontera indefinida en el que habían acordado citarse para bailar con sus amantes, las ondas de agua. 

Mas de ese acontecimiento no era él espectador. Su pareja le esperaba arriba, más adelante. Sin el menor atisbo de duda abría los brazos. El revuelo de las olas que llegaban tarde le golpeaba, primero los tobillos, más tarde los muslos, el sexo después, por fin el pecho. Lo último que contemplaban sus ojos bajo el agua era la silueta ondulante de su amada en lo alto, su media sonrisa de loca de atar, rutilante e indiferente iluminando el cielo. 

Por la mañana siempre despertaba en su cama, empapado y maltrecho. Apagaba el despertador, preguntándose de nuevo qué le habría sucedido. Miraba la foto antigua de cuando sus hijos y su mujer todavía le echaban de menos. No se metía en la ducha. Se cambiaba. Salía a buscar trabajo. Con la mirada gacha evitando mirar arriba o adentro a los ojos del que le había quitado su vida y su sueño. 

De momento. 

Hasta la noche…


2 comentarios:

  1. Relato? Prosa poética?...

    Da igual: Pura poesía.

    Abrazo

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  2. Tiene un deje de prosa que te transporta...
    Me ha parecido embriagador.

    Un abrazo

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