lunes, 27 de diciembre de 2010

(Ritual)



Cada año me vuelve a nacer,
por estas fechas,
un absceso en el corazón engalanado,
un molesto huésped de temporada,
que reclama aullido en boca
su tributo.

Agasajos de rey, la casa vestida
de fiesta, manjares frescos
y todos los presentes,
conversan y se miran sin saber
qué están haciendo,
las manos se extrañan autónomas,
entrelazadas.

A base de pasta de almendra
el inquilino ocupa todo
el espacio vacío
que llevábamos dentro,
y nos desborda rojo por las mejillas
y el ecuador del cinturón
desabrochado.

Por mor de supervivencia
no queda más remedio,
desenvueltos los obsequios ya,
y desechados,
que asesinar al acólito
medrado y  bienqueriente,
clavándose uno mismo con saña
en el plexo solar,
un níveo estilete de turrón
del año pasado,
si es del duro mejor,
con la consiguiente posibilidad
de suicidio.

La alternativa es decir permitirle avance,
extenderse a su misericordia indiscriminada,
conllevaría riesgos inaprensibles.
Accesos intempestivos de amor,
sonrisa imperecedera,
ataques incontrolados de generosidad.
En definitiva dejarle vivir sería
una losa con nombre
en nuestras conciencias.
Permitir circular por este mundo correcto
a un individuo tan detestable…
Y mucho menos en Navidad.

Son necesarias las olas
que llegan
de suicidios tristes.
Inapreciables.
Son intentos fallidos,
cierres de emergencia,
para no dejar salir de su surtido
a esos alegres engendros,
mentecatos y alfajores.

Siempre dedico un segundo
a pensar en los anteriores,
cuando me apunto un día cualquiera
entre el veinticinco y el final
de Diciembre,
al hueco entre la segunda costilla
izquierda y el esternón.
Y aprieto con todas mis fuerzas.

Me aterra que este macabro rito
de precisión
me resulte cada vez
más natural.


viernes, 24 de diciembre de 2010

miércoles, 22 de diciembre de 2010

(Milagro)


Y al final me atreví. Allí estaba yo, inocente y tembloroso, como una colegiala con parkinson el primer día de clase, ante el bombín rojo del micrófono estridente. Delante de Carlos Salem, de Batania, de José Zúñiga, de tantos otros cuyo nombre no conozco. De esa gente. De esos que son poetas de verdad. Delante de sus carnes, sus huesos, sus voces y sus ojos. Sobre todo delante de sus oídos.

Y leí. A pesar del temblor de las manos leí. O más bien leyó. Porque yo no soy consciente de haber estado allí más que como espectador. Yo no subo a escenarios de bares a leer poemas. Por favor, qué ocurrencias. Y el caso es que ahora que la nube de humo se ha disuelto, ahora que la sensación de irrealidad ha pasado, algo me dice que ese que estuvo anoche en los Diablos Azules leyendo poemas tiene algo que ver, aunque sea remotamente, conmigo.

Para todo hay una primera vez...esta fue la mía. Gracias a Carlos Salem por organizar estas jam sessions. Gracias a los que de forma totalmente inconsciente dejaron que sus manos se movieran para aplaudir. Siempre que tenga oportunidad volveré. De hecho el próximo martes, más.

Dos de los poemas que leí ya están en el blog (Invertido,Olvidado y Concurrencia). El tercero que titula esta entrada lo reproduzco a continuación.





(Milagro)

El milagro es despertar,
levantarse,
no cerrar los ojos para siempre.
No sucumbir
al calor de la cama,
al abrazo del vientre.
El milagro es que tus padres
y mis padres nacieran,
en mitad del suelo legamoso.
Y superaran glaciaciones,
jurásicos y pleistocenos,
imperios y edades
hasta llegar a la cama.
El milagro es que allí
aún les quedaran
fuerzas para amarse,
una y otra vez
y luego dar a luz,
salir a trabajar
cuando no hay farolas
y volver,
volver para cuidarnos.
En cambio morir,
a los pies de un diplodocus,
congelado de repente,
a las ruedas de un coche.
Eso es rutina.
Macarrones los lunes.
Lo normal es morirse
antes de tiempo,
quedarse en la cama,
dejarse ir.
El milagro es quererse.
El milagro es…
querer ser.


domingo, 19 de diciembre de 2010

(Oficios)


Vendedor de frutas
de la pasión,
ingeniero de caminos
que lleven a ti,
cantante de ópera
ahogado en la ducha,
solista de un grupo
dionisíaco.
Protagonista de españoles
por el mundo,
entrevistador de científicos
invidentes,
conductor de ambulancias,
ex piloto de rallies,
colegial con un tesoro
de cinco euros.
Prestador de servicios
de desahogo,
pirata propietario
de una tienda de ortopedias,
cobrador de deudas
aficionado al nudismo,
taxista loco en la ciudad
que te recorre.
Redactor de fines,
cámara de descompresión,
director de orquesta
que toque tus manos,
perdedor de autobuses,
compositor de parques,
gerente de un desguace
de despertadores.
Lidiador de disputas,
matador de conflictos,
pequeño latifundista
cultivador de amistades,
enfermero de solos,
practicante de solas,
técnico de atención
primaria de sonrisas.
Político mejor no,
teniente de alcalde
de mi sofá,
aventurero que esgrima
la aspiradora y ventile
los cuartos cerrados
de malos humores,
que con caricias planche
la piel de los sábados
por la mañana.
Vástago agradecido,
padre estricto e inspirado,
abuelo cuenta historias
y consentidor,
alumno de ojos
y rodillas abiertas,
aprendiz incansable
del tiempo disponible,
arquitecto de edificios
cimentados de memoria
y habitados por ti y
por tus imágenes…
Y al final de mi extensa
vida laboral,
cuando solo me queden
por cotizar los años,
maestro del arte de
cómo no escribir,
y poeta de culto
recién jubilado.



domingo, 12 de diciembre de 2010

(The Moon)


La luna se ha llenado
de flashes intermitentes,
espejos de estrellas,
llamaradas solares.
Una luna grávida y planetaria,
con bóveda de cañón
iridiscente.
El aliento espacial congelado
no tiene cabida en este
túnel de personas.
Las voces saltan detenidas
por la luz
a mitad del aire.
Respiramos el humo
maternal
de nuestra atmósfera,
bajadas las medias estelares
alfombran los suelos,
la molesta mortalidad
de nuestras células,
el tiempo bien contado
y doloroso.
Y el olvido.
El soporte vital acristalado.
En medidas dobles de espíritu
más efectivas.
Diluye la táctil realidad
que aquí no cabe.
Hemos viajado.
Hemos saltado de mundo
al salir de la calle y cruzar la puerta.
Al salir de la puerta y
cruzar la calle hemos cambiado
de mundo.
Y ahora no somos ni tú ni yo
los que no deciden.
Sólo se enredan y desdicen
nuestros cuerpos saben.
Lo que nunca llegarán a saber
nuestras mentes.
Y flotamos.
En esta luna artificial que nos ofrecen.
Con alas urdidas de papel
albal de la noche.
Hasta que la luz del día abrasador
nos las deshaga.
Y se dé la vuelta la luna rota
hasta ocultarse.
En esa parte recóndita
del sueño y umbrosa.
Dónde ni la soledad unida
ha conseguido clavar
una bandera.
Amanece.
En el vacío terreno rebotan aún
nuestras voces.
Y en la luna.
Ahora.
Nadie.


miércoles, 8 de diciembre de 2010

(Concurrencia)


Iba a acercarme ayer a Los Diablos Azules. Por escuchar a Batania, intentar hacerme con uno de sus cuadernillos, también por leer alguno de mis poemas. Nunca he estado en una jam session tanta gente ahí de poesía, o tan poca, escuchando. No pudo ser quizá en un par de martes. Pueda leer poemas como este. Y si es posible mejores.


A ver cuando aprendemos
que no se puede tocar
la flauta y la trompeta
a la vez.
Que dar conciertos
de piano solamente
con los dedos impares,
y puntear la guitarra
con los incisivos son talentos
de hombre orquesta,
números de circo.
Se gasta una fortuna en
cuerda y psiquiatras.
El resto
-y esto lo digo
preferentemente para mi,
por no sentirme solo-
deberíamos cultivar
un arte o dos trabajos pero no
trescientos a la vez.
Será que soy hombre y
no se me da del todo bien
la concurrencia.
Pero es que es así
siempre me pasa empiezo
a estirar los brazos
y a abarcar y abarcar…
y transatlánticos…
y al final Titanic.
Con lo fácil que sería
ser poeta.



jueves, 2 de diciembre de 2010

(Fluvial)


Navego en una corteza.
El temporal la arrancó,
la encontré arrastrada y
llegó a mi llena
de posibilidades.
Sorteamos coches
familiares ahogados,
perros submarinos,
flores con escafandra.
Pasamos por encima
de los puentes colgantes
y saludamos al resto de barcas
de la avenida principal.
Navego en mi corteza y
el aroma a cinnamon
se agradece.
Soportaría la ponzoña
si el castor gigante en
su inmensa misericordia
dentuda
nos echase una pata
y unos troncos.
Pero con tractores amarillos mejor
conservaré mi pituitaria.
Me pregunto cómo
aguantará el dique.
Cómo vaciarán
las piscinas con casa.
Si la lluvia no deja
de caer de los ojos
de la gente.