viernes, 23 de agosto de 2013

(Whats App)


AUDIO (Con irónico oportuno tono de mensaje)

Me agota este saberte discontinuo.

Esta conversación 
que se atraganta de señales,
que se entremezcla con símbolos 
para expresar lo que no
podrán las palabras.

Tanta charla a medio tiempo
y los cuerpos separados.

Tanta foto cara a cara
y las lenguas quietas,
caliente el aire grueso
el aire soplo de estática,
inmóvil sucesión de silencios
que no rompes tú
sino una máquina.

Guiño guiño,
guión paréntesis,
equis-de mayúscula,
punto y coma.

Cuándo volverá la red equidistante
- esta red amalgamada y sin huecos -
a echarte boqueando otra vez
a las puertas de mi playa.

Cuándo la presencia que es 
tu última hora a decirme
que sigues viva.

Que hay dedos tuyos detrás
y ojos tuyos besando y 
todo un cuerpo tuyo 
dedicado y pendiente,
atento a quién sabe 
qué conjuros,
lunas quizá,
acaso solamente
mundanas disciplinas.

Se me antoja espiar tu ventana
aunque sé que es bajo y fútil,
porque no usas cortinas 
y es un cuarto de alquiler,
un refugio para amantes
electromagnéticos,
una buhardilla de paso
que no resides.

Me sorprendo con el citado
artilugio en la palma,
como si fueras a estar,
puntual allí,
deslumbrante,
tangible,
esperándome.

Y no eres más que un espejismo
un anhelo creado entre horas,
un truco de magia cutre 
para matar el tiempo.

Como si no fuera a morirse 
por sí solo
el muy canalla.

Te yergues blanca y llena
en mitad del cielo cuando no
he mirado el calendario,
y sólo en el día en que vivo
consciente
declaras tu ausencia.

No sé si tu boca entreabierta
es beso de pez 
o nada más, 
soy un tupperware submarino
para tu aire necesario.

Sólo sé que si encuentras
cabida es porque hay en mí, 
creciendo con insistencia
una burbuja.
Un vacío con paredes
tapizadas de carne.

Así que antes 
de que mi vida
se haga futuro posible,
juego de azar inescrutable,
ignoto presente,
antes de que esta droga excepcional
se vuelva costumbre,
voy a silenciar el móvil 
contra la acera,
a enterrar sus restos en la ciudad
de tus profundidades.

Encenderé después la única 
neurona sana que queda,
la que guarda el pin, tu nombre y
tu número de teléfono,
para prender un cigarro y saludar 
a la primera extraña que cruce,
distraída y en persona,
por mi camino.




miércoles, 21 de agosto de 2013

(Disciplina)


AUDIO

No aprendes nada.

A lo sumo vas restándole 
fragor al desaliento,
limando esquinas al dolor,
practicando manicuras
a sus manos incansables
que te agarran.

Acolchando sus golpes con poemas
- pobres poemas que ya
no rellenan sofás –
con poemas digo 
airbags bajo la piel,
trajes de verso blanco
y no versace,
letras de cuerpo entero
si no da para más la inspiración
rodilleras de gomaespuma,
casco de prozac,
televisión por cable
anestesia.

No.

No aprendes nada.

Los poemas no amortiguan
son veneno contra olvidos,
barrotes que te impiden
avanzar, parabólicas.

Ni tampoco aprendes nada abres líneas 
de crédito ilusión,
surcos en tu carne te endeudas 
de esperanzas en lugar
de guardarlas todas,
juntarlas todas,
reservarlas todas y hacerte 
con ese amor donde vivir 
a tocateja.

No.

No hay remedio contigo.

Eres un terrible vividor.

Un alumno pésimo.

O quizá es esta vida profesora
que te trata demasiado bien,
y no te da el castigo ejemplar
que te mereces.

Ven aquí.

No cierres los ojos.

Deja de llorar por una vez.

Extiende las manos.



miércoles, 14 de agosto de 2013

(Y leerte)


AUDIO

Te leo desde un martes que podría  
ser un domingo disfrazado.

Te leo en los anuncios que publica
la ciudad en sus ventanas.

En los lienzos blancos que cubren
el rostro de la gente.

A veces te leo y estoy 
mirándome las manos,
o cortando cebolla y pienso
el autobús llega tarde voy
a deshacerte la cama.

Voy a ordenarte esos libros
vaporosos que te escriben
para luego derrumbarnos
con descuido sobre ellos.

Voy a hacerte calamares
en su tinta.

O a leerte mientras fumo muy despacio
las palabras silenciosas que te esconden,
dibujando en el aire estupefacto
volutas caprichosas.

Siempre he querido hacerte el amor
en una biblioteca.

Ahogando un título acelerado en 
el pasillo de historia del arte,
mientras ojea la encargada su revista y
los que estudian prestan atención
a su música atronadora.

Siempre he querido hacerte el amor.

Desvestirme de estos ojos que no 
me permiten verte.

Y leerte exactamente igual
que estoy haciendo ahora.


sábado, 10 de agosto de 2013

(Ciudad Salvaje)


AUDIO

Las pinturas de guerra son diferentes.

Llevan marcas y difusor.

Los taparrabos se anudan al cuello
con giros de muñeca elaborados,
y estampados floridos 
o rayas diagonales.

Algunos se agazapan en cubículos
de metal rodante hasta llegar
al lugar de caza.

Otros corren al alba para alcanzar
orugas gigantes que los engullen
y más tarde, más lejos son deglutidos
algo más zarandeados en apariencia
listos para el combate.

Las armas son inocentes
y romos utensilios,
que no se clavan 
ni se afilan,
no se ensucian 
ni se blanden.
Son todo plástico y teclas,
pantallas y cables,
pulsaciones rítmicas 
de apariencia inocua.

En general ellos no saben lo que ocurre
a la vuelta de la esquina,
aunque constantemente parezcan 
estar escuchando historias.
Inventando historias.
Visionando historias en pantallas
que no son las de antes.
Recibiendo información inútil
en dispositivos portátiles,
a los que atienden más que al león 
detrás del matorral,
más que al cocodrilo en la charca 
donde se hunden,
sin siquiera reparar en la serpiente 
que constriñe su garganta,
o el macaco de culo rojo 
que les come el corazón.

Me gustaría observar su mirada 
perderse en la sorpresa,
cuando poco a poco sus latidos
vayan siendo más lentos,
a medida que entre mis manos
su sangre se derrame,
y quede tallada en sus labios
- entreabiertos -
la pregunta.