martes, 22 de marzo de 2011

miércoles, 16 de marzo de 2011

(Ciclo)


Y bajo el asfalto
las grietas siguen
su recto avance.
Piedra arriba, calle arriba,
arriba por el ascensor,
subiendo por las piernas,
se agrietan bajo los ojos
y suben al cielo.
Las nubes también
se llenan de grietas.
El sol se rompe igual
que todas las bombillas.
Las máquinas de asfaltar
trabajan en la noche
para dejarlo todo
como estaba.
La gente olvida rápido
el dolor
del hueco insondable.
Y debajo allí de toda la pintura,
revolviéndose entre el corazón
y el intestino delgado,
las grietas nacen de nuevo
como una flor subterránea.
Y siguen inexorables
su escalada en busca
de un sol que rompernos.
En busca de un fruto
más allá de la tierra
que las renueve.
Que las llene por fin
de materia
que no se desbarate.



jueves, 10 de marzo de 2011

(La Paleta)


El blanco y el negro
ya no existen.
Estoy hablando de colores,
disculpen,
estoy hablando de moda.
El blanco ya no es blanco
prístino y luminoso,
el blanco ya no es lo que era;
ahora es palo blanco y
blanco roto.
El negro siempre ha sido
un color muy elegante
para la ropa.
Pero un señor que se precie
en sociedad debería
vestir de gris.
Decir que el tono
de su chaqueta es
blanco purísima o
blanco nieve,
blanco nuclear ya dependería
del bando, en definitiva,
el caso es evitar llevar
el blanco de las críticas.
Para ello las directrices
son muy claras:
el de enfrente vende negro
humo viste negro
cuervo duerme negro
profundo pero mal.
El contrario lo mismo
pero a la inversa.
Y mientras tanto todos
vistiendo de gris,
gris perlado, gris lluvia,
gris marengo y antracita,
gris ventanita de Windows,
gris del cielo de Madrid,
el gris de la acera no,
que no la pisan, mejor,
el audi gris.
Este es el juego
de la paleta de colores,
donde los modistos
se copian y entrecruzan,
y  nosotros desfilando
por la calle entre mortales
niveles de humo y
saturación.
Gristemente…



jueves, 3 de marzo de 2011

(Nubes)


Las nubes pasan rápido,
como alma de aire
que lleva el diablo.
Despiertan, de repente,
de su mal de altura
en el que viven,
adormecidas,
y al hacerse mundanas
se ve que les afecta,
el mal de las prisas
que sufre el suelo.
Acumuladas,
nimbadas,
cirróticas,
barren el piso
con su escoba irreal
y equidistante,
dispersan a los transeúntes
y a los que no se les llena
la boca de nube
y echan a volar,
como globos…

En su premura no atienden,
a semáforos o a casas
de juguete o ladrillo,
ves pasar su desfile
de majorettes
inexorables,
silenciosas y solemnes
como si de una procesión
se tratara.
En el sótano
se oyen murmullos
y rezos apresurados.
Otros miran atónitos
el suceso entre cortinas,
el aliento contenido
a ver si pasa rápido
la comitiva.
Imploran cruzados
los dedos mentales
que se suspenda el evento
y se disgreguen,
y vuelvan,
las nubes a su manso discurrir
en las alturas. No hay suerte.
El cielo se llena de vacas
y efímeros supermanes.
Como en una avalancha de fans
del viento acelerado,
se amontonan las nubes
en una espiral imparable.
Corren y al mismo tiempo
aúllan como lobos grises.
Nadie queda en las calles
que testifique.
Nadie en el cielo.
Ninguna quiere perderse
el huracán.