sábado, 10 de agosto de 2013

(Ciudad Salvaje)


AUDIO

Las pinturas de guerra son diferentes.

Llevan marcas y difusor.

Los taparrabos se anudan al cuello
con giros de muñeca elaborados,
y estampados floridos 
o rayas diagonales.

Algunos se agazapan en cubículos
de metal rodante hasta llegar
al lugar de caza.

Otros corren al alba para alcanzar
orugas gigantes que los engullen
y más tarde, más lejos son deglutidos
algo más zarandeados en apariencia
listos para el combate.

Las armas son inocentes
y romos utensilios,
que no se clavan 
ni se afilan,
no se ensucian 
ni se blanden.
Son todo plástico y teclas,
pantallas y cables,
pulsaciones rítmicas 
de apariencia inocua.

En general ellos no saben lo que ocurre
a la vuelta de la esquina,
aunque constantemente parezcan 
estar escuchando historias.
Inventando historias.
Visionando historias en pantallas
que no son las de antes.
Recibiendo información inútil
en dispositivos portátiles,
a los que atienden más que al león 
detrás del matorral,
más que al cocodrilo en la charca 
donde se hunden,
sin siquiera reparar en la serpiente 
que constriñe su garganta,
o el macaco de culo rojo 
que les come el corazón.

Me gustaría observar su mirada 
perderse en la sorpresa,
cuando poco a poco sus latidos
vayan siendo más lentos,
a medida que entre mis manos
su sangre se derrame,
y quede tallada en sus labios
- entreabiertos -
la pregunta.




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