cuando se llena de socavones.
Un terrón tras otro de ausencia
de alquitrán que pisar
y beber, y beber,
y después tragar.
No sirve de nada cambiar
al descafeinado y cuidarte
de usar sacarina.
La ciudad se mete en todas
mis bebidas negras sin importar
el color y las llena de huecos,
burbujas frías o calientes
que explotan camino
de mi estómago.
Yo puedo ser más
o menos consciente
de que ingiero toneladas
de ausencia al vacío.
Puedo notar más o menos
su acción
en la cabeza y el pecho.
Pero saberlo o no
quererlo saber
no cambia el trombo
de nadas que sigue
horadando mis venas.
Que va conquistándome en tazas
y vasos a niveles celulares.
Hasta verme como ahora
asiendo nada,
amando nada sin ver
lo que acampa en mis narices,
de nada agradecido
y sin poder
creer en nada.
Nada sale por mi boca
no obstante y a pesar
de todo,
de tanto engullir la ciudad
me ha asimilado.
En la masa que no dice más
que ponme otra taza más
de ese negro café,
sírveme otra copa más
de ese licor de olvido
con doble de mentiras.
Déjame una cuchara,
por favor, una pajita
o sin más con el dedo
me vale...
Para remover.
(No me podía resistir a poner esta imagen. Quiero una taza de esas)